Resulta que un día, paseando con mi mujer por el centro de la gran urbe, donde el ruido y la contaminación parecen encontrarse a sus anchas, deambulando de aquí para allá, como por una condicionada e imprevista, como la que no quiere la cosa vamos, casualidad, nos paramos donde nos hemos parado otras muchas veces. En la tienda de juguetes con más solera de la capital. Es una tienda más bien chiquita, con escaparates con lunas altas y que el cristal sigue el contorno de la esquina curvándose como hecho de artesanía en caramelo. Todo ello con un bonito estilo antiguo. No es que busque la apariencia de antigua y ese look pasado que ahora está tan de moda. Es que lo es.
Cuántas veces, a lo largo de mi vida, me habré parado en sus escaparates anhelando sus tesoros, en este caso a la vista, sin ocultar, pero codiciados igualmente. Solía ir con mi abuela, en paz descansa ya la pobrecita mía, qué buena era y cuánto sufrió. Ella me llevaba de chico muchos sábados a esa tienda, porque ella disfrutaba viéndome, tanto como yo lo hacía viendo tanto artefacto, artilugio, cochecito, maqueta, figurita de metal primorosamente pintada, etc, etc. Yo sabía que como fuéramos a esa tienda, algo caía siempre. Por pequeño que fuera el regalo de mi abuela, era algo grande. Tan grande que contribuyó a formar mi personalidad. A tamizarla, a decorarla con dulzura, delicadeza, cuidado y mimo. Tanto como hoy día yo le dedico a mi moto de verdad.
Pues bien, decía que pasamos por allí, el corazón me late un poquito más fuerte, como siempre, mis pensamientos del día a día se detienen, como siempre y mis ojos brillan un poquito más, como tantas veces antaño ha ocurrido. Eso, mi mujer lo sabe, al igual que lo sabía mi abuela, y es por eso por lo que la pobre me deja toooodo el tiempo del mundo para que me recree en cuanta miniatura, cochecito, figurita o motito en los que mis ojos curiosos tengan a bien pararse. Con su santa paciencia. Tranquila, relajada, simplemente esperándome a mi lado, sin hacer nada más. Mi gozo, es su gozo, y siempre se mantiene a mi lado un poquito detrás de mí. Yo creo que me observa mis reacciones.... al igual que hacía mi abuela la pobre. Bueno, pues aquel día, como muchos otros nos paramos a ver mirar y remirar. Escudriñar, más bien, diría yo. Mis ojillos se detienen aquí y allí. Allá y acullá. Explorando esos tesoros, esas maravillas en miniatura que recrean fielmente las maravillas de la realidad creadas por el hombre. Que si un fabuloso deportivo de doce cilindros de los años 30, que si un velero de madera con sus velas majestuosas, que si una moto con sidecar de la Segunda Guerra Mundial, como si acabara de salir de un camino de barro de la época. La lista es infinita. Tanto, como los matices de colores que allí se perciben. Y ese día, recorriendo, recorriendo con los ojos cada ínfimo detalle, mi vista se posó en una Triumph Bonneville de 1969 roja y blanca, elegante, minuciosamente detallada, girando en su peana de cristal giratoria, majestuosa, mirándome ella a mí también desde arriba. La peana gira lenta, muy lenta, para dar tiempo a apreciar cada piececita. Pero a la vez tras varios segundos, desaparece y aparece otra piececita y otra perpectiva, y así en un giro sin fin.
La moto dio vueltas y vueltas, mientras yo la miraba embelesado. –“¡qué bonitaaaaa!”- sí que lo era sí, era bonita toda.... toda, menos el precio. –“¡pero qué cara!”- -“Ufffff”- Mi gozo en un pozo. Se esfumo de repente como si la hubiesen borrado de la estantería giratoria con una goma de borrar mágica. Ese día me fui un pelín desilusionado de la tienda. Era demasiado bonita y cara para comprarla.
Además para qué. Qué justificaba un gasto tan elevado. No tenía sentido. Me repetía para olvidarme del tema.
Pasaron las semanas y volvimos a pasar por mi tienda favorita... y seguía allí.. mirándome como la primera vez. Me detuve a observar otras tantas vueltas de la peana. Mi mujer, que no tiene de tonta un pelo, y que me conoce bien, me interrogaba hábilmente ya para sonsacarme respuestas que me ayudasen a decidir. –“Es muy bonita y está muy bien terminada”- -“Sí”- -“¿Pero tú la quieres?”- -“nooooooooo”- respuesta que ella tradujo bien por un “SÍ, claro, me encantaría”, por lo que me animó a entrar y comprarla. –“Noooooo... entrar para verla sólo”, aclaré, (qué tonto soy a veces... a quién quiero engañar a estas alturas).
Entramos... la vimos de cerca... –“pero qué bien hecha está”- ruedas de goma blanda, amortiguadores en ambos trenes, toda de metal, asiento rugoso, pedales de cambio y freno móviles, al igual que las manetas y sus respectivos cables, tornillos, pilotos, relojes, pintura, fileteados, emblemas, perfiles.... -“Pero es muy cara.... no podemos ahora”-. –“Venga”- -“cómprala”- -“No, que es muy cara”- Y así estuvimos todo el rato que la tuve en las manos. Nos fuimos de nuevo con esa fea sensación de haber hecho lo correcto que a veces nos asalta.
Qué bueno es hacer muchas veces lo incorrecto, (sin hacer nada malo, claro está) Seguimos paseando y mi mujer seguía reprochándome el que no la hubiese comprado. Al cabo de otras semanas y otro paseo, yo creo que por evitar el gasto y el cargo de consciencia, no queria ni pasar por el escaparate. Pero pasamos, una vez más como sin darnos cuenta... qué buena es mi mujer... Peeeeeeero esta vez, ella tenía una bala en la recámara, y me recordó que dentro de poco era mi cumpleaños...... uhmmmmm..... buena excusa. –“si, pero es muy cara”- -“sí pero a ti te gusta y te la puedo regalar para tu cumple”- -“No, no merece la pena, es muy cara”- -“Anda, mírala otra vez...”- Por lo que entramos a verla una vez más y entre que mi mujer me quiere mucho, el vendedor es un buen vendedor, y yo que me gusta muchas veces dejarme llevar, acabamos con una caja enorme en una bolsa y una roncha en la cuenta corriente. A la tercera fue la vencida. Yo creo que mi mujer estaba tan contenta como yo. Era, al fin y al cabo un capricho, pero también la vida se compone de cosas pequeñas y caprichos... por eso es tan bonita esa tienda...
Desde entonces, me gusta tanto mi Triumph Bonnie del 69 que la coloqué encima de la televisión, cual torito y la gitana, como coronando todo el salón. Ahí está, majestuosa, bonita, impecable, dominándolo todo. La moto!!
Pues bien... ese pálpito es estupendo que lo sigamos sintiendo cuando vemos algo bonito... en este caso... una moto, independientemente de su tamaño. Que nunca perdamos esa ilusión por las cosas bellas. Este es mi pequeñito homenaje a esta tienda que tanto me ha ilusionado a lo largo de mi vida, a mi mujer que tanto me quiere, como también me quiso mi abuela y claro cómo no, a las motos, nuestros juguetes de mayores, que tanto nos hacen soñar".
Mithruxton.
Gracias amigo Mithruxton por compartir esos recuerdos y por hacerme recordar.
Esa pequeña Bonneville del 69 causa la envidia de muchos, seguro.
Un abrazo!!!!
Creo saber de qué tienda hablas, lo que ocurre es que yo sólo he pasado 2 veces por ella, me falta una tercer.
ResponderEliminarMuchas gracias por haberme hecho sonreir.
p.d. por cierto, la tienda está en atocha.
jesus
(jesusst1050)